miércoles, 3 de octubre de 2007

Momento violencia: los insistidores


Siempre había creído que no es necesario, con algunas personas, en algunas circunstancias, decirlo todo. Que a veces, se puede sobreentender la respuesta que esperamos. Pero parece que no. Parece que en ocasiones, lo que mi silencio significa en mi cabeza (no quiero, no me apetece, no me interesa, no me gusta) el otro lo interpreta como un pendiente a resolver, ergo insiste. Esto me sitúa en una posición violenta que suelo manejar mal, porque no se cómo decirle al otro lo que para mí es obvio sin herir, sin que se sienta menospreciado o lo que sienta cada cual cuando nos niegan algo.

Un clásico de estas situaciones son las primeras citas que nunca (lo sabes, estás segura) se van a repetir. Quedas con alguien: lo ves, lo miras, pésima primera impresión. Esto no va a funcionar, te dices. Pero tu educación te conmina a tomar un café, cuando menos, y tratar de escuchar lo que el otro quiera contarte. Quizás... No, nada que hacer. Así que en cuanto la decencia te lo permite, te despides y camino a casa llamas a alguna de tus amigas para comentar la jugada.

Y empieza el festival. Porque depende de la urgencia (emocional, sexual, del tipo que sea, que hay gente para todo) del sujeto, te llamará más o menos pronto. Una de mis citas más penosas tardó en llamarme diez minutos desde que le dije adios, porque estaba en un atasco y se aburría. ¿Y yo qué culpa tengo?. Pero no lo dices, claro, y le atiendes, correcta. A los quince minutos, volvió a llamarme. Seguía en el atasco y había pensado que si estaba cerca, le comprara una cocacola y se la acercara. Pues estoy en mi casa, rico, y no pienso bajar. Adios, adios. Media hora más tarde, volvió a llamarme. Ya no estaba en el atasco sino en la oficina, y se aburría. Vaya, cuánto lo siento, YO NO. Adios. Adivinen... sí... una hora despues, volvió a la carga.

Momento violencia total. Tuve que decirle, con todas las palabras, que mejor no volviera a llamarme nunca más. Un tipo que es capaz de llamarte el primer día cinco veces en tres horas, a mí me parece un perturbado. Habrá gente que necesite compartir con los demás sus atascos, sus aburrimientos, su recogida de cartas del buzón y si ha cagado hoy. Yo no. Y no creo que aparente otra cosa. Y menos, líbreme san canuto, con alguien a quien no conozco de nada. Pensaría, y con razón, que estoy loca. Y lo estoy, pero cuando se dan cuenta ya somos amigos íntimos y no pueden abandonarme.

Este tipo no me dio tiempo a enviarle un silencio elocuente porque lo precipitó todo en tres horas de acoso telefónico. Pero tuve otra experiencia con un sujeto que se zambulló en silencios elocuentes y tampoco lo pillaba. Misma situación: quedas con alguien que, desde que lo ves, se te ilumina el NO con efectos láser y todo. Tuve la paciencia de acompañarle a devorar tres raciones de churros y dos chocolates (lo juro, es real). Este tipo de actos pertenece a la esfera más íntima y sólo mostrada a tus familiares más cercanos que te miran con compasión. Pero él lo hizo frente a una desconocida a la que pretendía ligarse. Cielo santo. No quiero imaginar cómo pedirá en matrimonio: ¿con un camión de melones?.

El tragachurros me estaba llamando al día siguiente, proponiendo cita. No puedo, contesté educada. ¿Y mañana?, uy, tampoco. ¿Qué tal pasado?, ufff, imposible. ¿La semana que viene?, fatal. Pensé que lo había pillado. Dos días después, llamadita al canto. Lo mismo. No, no puedo. Empieza a combinar los mensajes con las llamadas que yo ya no contesto. Con un tesón admirable, oye. Inasequible al desaliento. Semanas, meses, insistiendo. Y yo sin responderle. Un día, al año yo creo, ya me harté. Estaba con una amiga en casa y ahí estaba él llamando. Le pedí a mi amiga que le dijera que me había ido a México a estudiar los terremotos. O algo así. Y que no iba a volver hasta que cesara la actividad sísmica para siempre. Unos dos millones de años aproximadamente. Pues el tipo aún le pedía mi mail para estar en contacto... ¿con quién, si yo no le contestaba?.

Sólo son dos ejemplos de cinco mil que tengo (no por cinco mil citas, coño) pero que ilustran el malestar que me causa la torpeza ajena en estas situaciones. Si alguien me pide algo (una cita, responder a un mensaje, una dedicatoria en la radio o donde sea, etc.) y doy la callada por respuesta, lo más probable es que no esté interesada en la propuesta recibida. Cuando soy yo la parte petitoria, aplico la regla del tres: lo digo, pido, sugiero, tres veces, a ser posible con semanas de distancia entre unas y otras peticiones. Y si no me responden, entiendo que no quieren y me retiro. Tres veces, no venticinco. Y no, no valen variaciones sobre el mismo tema. Si le pides a alguien una cita, da igual si es para un café, una exposición o ir a follar. Una cita es una cita y un No es un No.

Todo tiene su momento y su lugar. A veces estás y otras no. En ocasiones te apetece y en otras, ni hablar del peluquín. Si estás con tus amigos tomando cañas y recibes un sms de esos que encadenan otros tantos, ya sabeis, ¿me quieres?, ¿Y porqué me quieres? ¿y si estuviera ciega también me querrías?... en fin, de esos, sería de muy mal gusto ponerte a responderlos todos, un desprecio a tus amigos y una forma de decirle a tu interlocutor que puede interrumpir en tu vida cuando se le ponga en el moño. Como cortesía, con decirle al mensajeador que estás ocupado y que en otro momento le atiendes, debiera bastar.

Me he encontrado con tipos que esto les parece un agravio o un desprecio y empiezan a enviar mensajes como locos reclamándote atención, aunque les hayas advertido que no estás disponible. ¿Qué les hace pensar que su necesidad de tí está por encima de la que tú tengas en ese instante?. ¿Creen que por insistir, como niño enrabietado, vas a ceder?, venga, vaaaaaaa, que aunque te quedes ciego te querré... ¿y si se viene mi madre a vivir con nosotros?, ¿Y mi cuñado, el parapléjico?...

En estos casos, de veras, lo mejor es apagar el teléfono. Porque no va a acabar. No mientras el otro quiera. Y hay que pararles los pies a tiempo o acabarás por perder a los amigos, hartos de esperarte, y la cabeza de soportar gilipolleces.

Señores insistidores: desde aquí les pido por favor que se contengan, que no sean brasas, que un silencio no es un sí disfrazado pa´hacerse el interesante, que no siempre viene bien responder o aceptar y el mundo no se va a destruir por ello, que quizás no quiero escuchar siempre lo mismo una y otra vez (por muy gracioso que sea, todo se gasta) y que si no contesto es muy probable que sea porque no me da la gana, y le aseguro que podrá sobrevivir sin mi respuesta. Y si mi silencio o mi negativa se repite por tres veces, ya sabe: a la verga... No me obligue a enviarlo a la reverga, por favor.

La foto es un homenaje a los Insistidores, ha de ser su lema, digo yo.