jueves, 4 de octubre de 2007

Otoños a mí


Parece que el otoño pone a la muchachada tristona y melancólica. Mi hermana, que es casi enfermera y un poco médico de andar por casa, me ha explicado como todos los años cuando llegan las estaciones que alteran los estados anímicos, que el otoño y la primavera son épocas de renovación física (¿¿¿???) y que mogollón de hormonas, serotoninas, neuronas alegres, sangre que sobra y no se cuántas guarrerías más se ponen en movimiento con dos objetivos fundamentales:

a)Renovarte, impulsarte, mejorarte y mucho arte del bueno. Vamos pa´arriba.

b)Morir. En su defecto, deprimirte. Se mueren los que no tienen suficiente "juerza" para afrontar los cambios estos renovadores. Y los que no están tan jodidos, se ponen malísimos y tristes tristes.

Lo que viene siendo una selección natural de las de toda la vida. Yo, que soy muy fan de echar la culpa al tiempo de todos mis males, esta explicación me viene que ni pintada. Lo malo es que no tiene aplicación en mi caso porque yo ni pa´arriba ni pa´bajo. Como siempre, vaya. Asquerosamente estable. Impertérrita ante la caída de la hoja y al incremento de vestuario de las sexo servidoras de mi calle. Bueno, esto último no es del todo cierto, porque el indio llega a casa quejándose que ya no ve las patorras a las chavalas. Pobre. Su dolor es mi dolor, que somos una pareja muy bien avenida.

Tengo tanto sueño y tanto hambre como siempre. Luzco la misma falta de arrugas, el tiempo no hace mella en mí. Por eso como tanto, porque la comida rellena las arrugas y te estira todo, como un liftin pero global y con sustancia.

Supongo que a los sesenta me desplazaré por el mundo rodando. Pero sin arrugas.

Eso sí, duermo envuelta cual momia en el edredón, lo que dificulta seriamente los acercamientos amorosos. Ahí ves al indio tal si fuera arqueólogo, rebuscando entre capas de tela (divinamente estampada, eso sí) el tesoro de mis curvas que son muchas, y a partir de los fríos de la temporada, solo accesibles tras árduos trabajos de "desescombro". La cama parece un yacimiento.

Lo que tiene también el otoño es que apetece menos estar en la calle. Da mucha pereza andar por ahí mojándote los pies. Así que lo que suelo hacer es trasladar mi pereza (que esa no hay manera de sacudírmela) a las casas de los amigos. Menos mal que tengo bastantes y así el menú varía. En unas te dan drogaína, en otras bebercio, en otras comida basura, en otras comida formal, y en las mejores, todo junto. Tú el lunes te pones a llamar, como para saludar, y como son buena gente, sacas una cena, fijo.

Hombre, es que una sabe elegir a sus amigos muy bien.

Por mi parte, he inaugurado la temporada de brunch. Los domingos en chez Tribeca son una festival de colores, sabores y olores de cositas ricas para llegar a la siesta más feliz que una perdiz.

Ya saben, si alguien se quiere apuntar que pida cita, que está la cosa muy cotizada...