martes, 30 de octubre de 2007

La navaja de Occam


Anoche estuve viendo la peli que pusieron en la dos de Woody Allen. No voy a destriparla que es una cosa muy fea, y porque no se trata de la peli en sí de lo que quiero hablar sino de algo anecdótico que sucede en ella y que da título a mi post de hoy.

El protagonista tiene una novia, una relación formal con bastantes altibajos. La cuestión que me interesa es que ella se las mete dobladas. Sucede algo y ella le ofrece (más bien, yo diría que le dispara a bocajarro y sin contemplaciones) una explicación en la que expone los hechos con una realidad cruda y difícil de tragar, con excesivos detalles llegando a la crueldad, y cuando el tipo queda en shock, impactado por la información recibida, la novia remata la faena justificando sus actos mediante hábiles maniobras de desvío de atención de los verdaderos motivos, consiguiendo convencerle que si ella llegó a esa situación fue en realidad porque le amaba tanto/le deseaba tanto/ le echaba tanto de menos, que a falta de él, transfirió sus sentimientos/deseos a otros como sustituto legítimo.

Legítimo para ella, claro.

El pobre muchacho se las traga sin rechistar, cuyo proceso del total convencimiento del asunto pasa siempre por la repetición, en plan relato, del episodio sufrido a otro oyente.

Vamos, que la tipa le ponía unos cuernos que ni el padre de Bambi. Y se lo soltaba con unas excusas la mar de firmes y argumentadas, poniendo cara de "si no lo entiendes, es que eres tonto del culo, porque es lo más lógico que he dicho en mi vida". Nada como decir algo, por muy absurdo que sea, con una seguridad aplastante: casi siempre te van a creer, sobre todo, si lo necesitan. Y funciona, vaya si funciona.

Pero para que funcione esta máxima que tan bien practican los infieles profesionales, son necesarias dos condiciones.

La primera es que la "víctima" precise creer. Si el engañado antepone (por los motivos que sean) la continuidad de la relación a la posibilidad de una ruptura; si no concibe su mundo, su futuro, sin el otro, va a aceptar lo que el engañador le diga sin demasiadas resistencias, porque el engañador tiene el poder y el engañado se siente en sus manos. El traicionado pide una explicación porque es lo único que puede pedir, es su única oportunidad de venganza: poner al verdugo en el mal trago de explicarse y reconocer su falta. El victimado se limitará a pedir una explicación pero dará igual, al final, la naturaleza de esta: está dispuesto a tragársela doblada porque es mejor convencerse que tu amado fue abducido por una marciana cuyo rouge de labios dejó una huella en la camisa que tú le has comprado, que quedarte sin marido. Es que la marciana le apuntaba con una pistola positrónica. A ver quién dice que no a una alienígena armada.

La segunda condición es no dudar de la explicación recibida. El engañado está predispuesto a creer porque no está dispuesto a perder, lo que le va a sensibilizar hasta el extremo de poner toda su empatía (que suele ser mucha) en el asador, así se achicharre. Va a ponerse en los zapatos del infiel, va a entenderlo tan bien que no va a encontrar otra decisión mejor que la que el victimario tomó. En casos graves y manipuladores de alto nivel, el traicionado acabará creyendo que la culpa es suya o que todo fue por él, para él. Estos manipuladores que son casi artistas de la maldad, pueden acabar convenciendo que las verdaderas víctimas son ellos.

Todos sabemos que a veces es difícil distinguir la realidad. Y también sabemos que todo tiene un contexto. Que los datos fríos son eso, datos, pero no bastan para condenar/salvar a alguien. Hay que tratar de reunir toda la información posible por un lado, y por el otro, quizás el más importante, escuchar lo que nos dice el cuerpo.

Y para reunir la información, aplicar el principio de la Navaja de Occam, puede ser una buena ayuda. Este razonamiento se basa en la premisa, muy simple, de que en igualdad de condiciones, la solución más sencilla es probablemente la correcta.

Lo que aplicado al caso, podría ser algo así como "se dió la oportunidad, tenía ganas y lo hice". Y ya. Ni me emborraché y no sabía lo que hacía... Te juro que si te hubiera tenido a la mano no hubiera ocurrido pero hacía tanto tiempo que no nos veíamos que... Si tú no me hubieras llamado gorda, yo no hubiera necesitado sentirme deseada con otro... . Excusas. Justificaciones bobas. Chantajes emocionales. Nada, nada, no os dejeis engañar (salvo que querais conscientemente, claro). La verdad es mucho más sencilla, simple y tonta que los rollos que algunos meten para salir del mal trago. Tuvo la oportunidad, tenía ganas y lo hizo. No le demos más vueltas.

La Navaja de Occam tiene razón en una mayoría de veces que hay que tener en cuenta antes de prestar oídos a los cantos de sirénidos compungidos convencidos de la legitimidad de sus actos. Es más fácil que no haya querido contestar el teléfono a creer que se ha quedado encerrada en un ascensor sin cobertura. Es más fácil que se esté consolando con alguien en lo que dura una separación larga por trabajo a que esté poniendo velas a la virgen rezando por un pronto (y célibe) regreso. Es más fácil que esté aprendiendo técnicas amatorias nuevas con esa ejecutiva nueva de la oficina a que haya memorizado de repente el kamasutra, y por eso está tan innovador últimamente.

¿Agarran la onda?. No digo que sea infalible, sólo digo que apliquemos la lógica y el sentido común.

Y luego, señores, hagan lo que quieran con eso. Acepten o a la verga. Sigan o cambien. Lo que quieran.

No se dejen engañar por cualquier charlatán que habla con firmeza porque yo soy de esas y las cuelo del tamaño de la catedral de Burgos.

Quedan advertidos.


La pintura es "Los Amantes" de Rene Magritte