jueves, 21 de febrero de 2008

Y regresé...


Pues he vuelto de mis viajes, amiguitos, y no falta ningún pedazo de mí, así que todo ha ido bien.
En el rataviaje a Córdoba nos alquilamos un coche feofeo. Era uno de esos postsoviéticos de un color para el que no existe pantone. Como cuadradote. Como feote. Era tan feo el pinche coche color sinnombre que el resto de conductores con los que compartimos carretera nos señalaban con el dedo mientras se secaban las lágrimas de la risa. Un niño hasta vomitó y todo. Juro que es cierto. Tres testigas además de mí, pueden confirmarlo. Esto nos causaba cierta desazón que tuvimos que combatir parando en los clubes de carretera (Las Palmeras, Cupido´s, El Olimpo y otros) pa darnos al alcohol quitapenas. La cosa es que cuando estábamos viajando (dentro del coche, se entiende) pues nos olvidábamos de la aberrante estética del transportador hasta que nos adelantaba un imbécil burlador y nos hacía evidente nuestra patética imagen. Ale, a parar hasta olvidar cerveza mediante. A la conductora le teníamos que vendar los ojos a la salida de los antros para no enfrentarse directamente al horror hasta estar debidamente sentada en el interior con su cinturón y todo, no sea que se le fueran a caer los pantalones.
Así que llegamos a Córdoba unas cinco horas más tarde de lo previsto. Háganse una idea de lo feo que era el cabrón del coche. Modelo ideal para borrachos, eso sí.
No puedo contar nada de lo de enmedio porque luego la policía se pone muy pesada con tanta preguntadera y yo es que no tengo tiempo. Tan sólo les diré que la población cordobesa ha variado numéricamente. Parriba o pabajo, ahí ya no entro. También creo que han suspendido el programa municipal de bicis de alquiler. Y las naranjas que tan bonitas lucen las calles no se comen, que lo sepais (yo no, cabrones, ya podía alguien haber avisado). Cuando le dijimos a aquel niño de tres años que estaba aprendiendo a montar en bici en aquella calle que desembocaba en el Guadalquivir que no frenara bajo ningún concepto, pensábamos que sabía girar, de verdad. No sigo, que me pierdo.
Eso sí, durante ese fin de semana, las provisiones de salmorejo de la ciudad desaparecieron en nuestra panza "misteriosamente". Y no hablemos de la cerveza, que regresé a Madrid con el cabello brillando como espejo mágico.
Y tres días después, regresamos a la city.
Apenas me dió tiempo a echarme una siestecita reparadora cuando ya tenía que rehacer maleta para viajar a Alicante con el repartidor de mandarinas.
Yo no sé porqué pero siempre que voy a la playa me da un rollo a lo nasionalyeografic versión infantil y me agencié un palitroque tamaño peregrina-camino-de-santiago con el que escarbé agujeros, lo metí en todos los charcos buscando formas de vida alienígenas, me llené los bolsillos de piedras, vidrios, conchitas y cochinadas que iba encontrando en la orilla y trasladé varios kilos de arena en los bajos de los vaqueros hasta el cuco apartamento que hacía de nidito de amor.
"¿Qué haces ahí agachada en el agua?" me preguntaba el repartidor de mandarinas. "Salvando de una muerte segura a las medusas", respondía yo. Cualquiera le dice que en realidad, estoy intentado que se apareen medusas de diferentes tipos y crear una super especie asesina de turistas para que me dejen sola pa siempre en aquel lugar de vacaciones. Pues no, porque el muchacho aún no me conoce bien y le gusto, no vamos a decepcionarle tan pronto. Lo del altruismo siempre ha dado buenos resultados en estos casos.
Por lo demás, mal tiempo, una cama muy grande, uyquefríoyonosalgo, ¿jugamos?, palmeras y arroz.
Y ahora soy fan de Yo La Tengo.

¿A dónde nos vamos ahora, pececillos?