jueves, 20 de mayo de 2010

Lola cero: tarima 1

Me llama María en la mañana bastante agitada, hipando y con voz temblorosa:

- La Lola se me ha caído...

Una ola de calor me ha incendiado la cara, las manos, todo el cuerpo. He brincado del asiento y me he tensado como un arco:

- ¡¡¡¿¿¿QUÉ HA PASADO??¡¡¡, ¿¿LOLA ESTÁ BIEN??

En un segundo:

- he querido matarla.
- me he arrepentido hasta el infinito de dejar a mi hija en manos de nadie que no sea yo.
- he odiado ser pobre y tener que trabajar para vivir y no poderme ocupar de mi hija personalmente
- he visto una colección de accidentes a cual más horripilante con mi hija cayendo por distintos sitios (barrancos, montañas, glaciares, balcones...)
- he respirado hondo y he decidido calmarme antes de empezar a gritar improperios sin saber el alcance del accidente.

TIC TAC TIC TAC

- Lola está jugando ahora mismo, está bien, sí -mumura María entre hipidos- pero se me ha caído y se ha hecho un chichón en la frente. Estábamos jugando en el suelo y la tenía sujeta y no sé cómo se ha lanzado al suelo y... te juro que yo la cuido como un tesoro, nunca me ha pasado nada parecido, yo...

- ¿Ha perdido el conocimiento? ¿está aturdida, somnolienta?
- No, está jugando, tan tranquila.
- Vístela y tráemela, por favor.

Cuando aparecieron por la ofi, maría estaba pálida y descompuesta y Lola riéndose a carcajadas, con un soberano chichón en la frente que mañana lucirá morado nazareno.

Tuve que consolar a María porque a Lola no hace falta: mi hija es de hierro forjado.

Eso sí, ya probó la tarima y de momento, le va ganando.

martes, 18 de mayo de 2010

Grandes mitos de la maternidad chápter trí: Ya estoy aquí, mami¡¡

Lola me despertó a patada límpia a eso de las ocho menos cuarto. Tal fué el ímpetu de la criatura que llamamos a una comadrona:

- Esto ya está -dijo ella como si se tratara de un bizcocho ya horneado- nos vamos a la sala de partos, ale, despídete...

- adiooooooooos... dije yo, medio bostezando, tratando de ponerme en situación: voy a ser madre en unos instantes¡¡, esto cambiará mi vida para siempre¡¡¡, vamos, despierta, hombre¡¡¡ (esto me lo decía yo para mis adentros porque me parecía un momento muy trascendental y yo no estaba a lo que estaba, vamos que hubiera seguido durmiendo tan pancha).

Mandarín me tomó la mano, amoroso, y me regaló la mejor de las sonrisas. Yo me deslizaba, alejándome en camilla, por los pasillos hasta la sala de partos con una calma impropia de una madre primeriza: mi madre y mi hermana, sobre todo mi hermana que lloraba a lágrima viva, estaban hechas un manojo de nervios. Mi suegra, muy discreta ella, debió de desconectar el sonotone para no volverse loca con las manifestaciones de alegre ansiedad de las de mi sangre.

Eran las ocho menos diez cuando me subían a la silla de parir. La ginecóloga me dijo:

- En cinco minutos tienes aquí a tu niña.
- No creo, respondí, yo nací a las ocho y cinco y mi hija nacerá a la misma hora.
- No, hombre, antes, antes... insistió ella.
- Veremos, dije yo.

Mandarín pegado a mi cabeza, con la cámara en ristre (sí, hay vídeo) en una mano y en la otra mi mano. Los dos tranquilísimos. La gente, la gine, comadronas, enfermeras, todos los que estaban allí corrían mucho o al menos era la impresión que yo tenía. Y yo quería que las cosas fueran más despacio, quería ser más consciente, quería disfrutar más ese momento irrepetible, pero no podía hacer nada: yo sólo era una parte del engranaje y aquello iba solo sín mí. Mi cabeza iba más lenta que los acontecimientos pero me esforcé por seguir las indicaciones que me daban.

- Empuja, empuja¡¡

Pero yo soplaba. Soplaba¡¡¡. ¿Que porqué soplaba?. Ahora voy a contar la verdad para que nos os pase lo mismo que a mí.

En las clases de preparto hay varias dedicadas a la respiración en los pujos, te enseñan a respirar para no marearte cuando estás pariendo y cómo direccionar la fuerza para el expulsivo y bla bla bla.... pues yo me lo salté. A la torera. Es más, cuando hacíamos ejercicios de respiración imitando el parto, a mí me daba la risa y hacía cualquier cosa menos lo que tenía que hacer. Aparte de hacer el gilipollas, es que nunca presté atención a lo que hay que hacer en el parto porque estaba segurísima que la madre naturaleza haría su trabajo sin tanto vídeo y tanta leche.

Y llegado el momento, SOPLÉ. Háganse cuenta que yo estaba ante la tarta de cumpleaños de la bisabuela de 98 años y tuviera que soplar las velas para ayudarle. Pues eso mero estaba haciendo. Se me quedaron viendo con cara de "estatíaestonta" pero como todo iba tan rápido, se limitaron a gritarme:

- No soples, EMPUJA, EMPUJA A RITMO DE LAS CONTRACCIONES¡¡¡ AHORA¡¡ AHORA¡¡¡

Ah, bueno, pues empujo, haberlo dicho antes¡¡¡. Empujé una, miré el reloj, las ocho y dos minutos, empujé dos ¡¡¡MÁS FUERTE, YA SALE¡¡¡ ¿LA VES? ¿LA VES?, no, no la veo... tengo una panza gigante en medio que no me deja ver, joder¡¡¡¡, empujé tres y... asomó una cabecita llena de pelo negro de la que sobresalía una nariz... sin duda, es mi hija... MI HIJA¡¡ MI LOLA¡¡¡ ¡¡QUÉ BONITA ES¡¡ MI NIÑA¡¡.

Eran las ocho y cinco. Tal como predije, mi niña nació a la misma hora que yo. Se la llevaron a lavar y Mandarín salió detrás de su retoño dando saltitos de alegría mientras me hacían los últimos arreglos (no duele nada, no te enteras de nada, la felicidad es una anestesia estupenda, y la epidural también, claro).

Cuando salí del paritorio, ahí estaban las recién estrenadas abuelas y mi hermana hecha un mar de lágrimas, la pobre, demasiada emoción. Me decía que como no me habían oído gritar ni quejarme, estaban preocupadas por mí. Y es que es cierto que no dije una palabra más alta que otra, todo lo que hablé fue en tono normal de conversación y ni un quejido, oye.

Me llevaron a la habitación. Yo sólo quería ver a Lola. Luego (dos días después) supe que mi parto no fue todo lo idílico que debía haber sido y que Lola vino con una vuelta de cordón y alguna cosilla más, y ahí estaban haciéndole unas pruebitas. Supongo, porque no lo recuerdo, que en la habitación estaba nuestra familia. No recuerdo nada.

Modo sensible on

Sólo veo en mi cabeza cuando una enfermera apareció por la puerta empujando una cuna transparente con una pelotilla peluda envuelta en una toalla. Mi pequeña... Acto seguido estaba colgada de mi pecho, mamando con soltura y hambre de meses.

La felicidad era aquello. Ese momento. Esa carita colorada y hambrienta que no me soltaba, esas manitas de juguete agarrándome con carácter como diciendo "esta mami es sólo mía" y esa extraña seguridad que aquello era mi carne y yo le pertenecía, que había un cordón umbilical que nos unía y que no habían podido cortar porque no se ve.

No sé si había más gente en el cuarto o no. No recuerdo nada más que mi pequeña bolita hambrienta mirándome, reconociéndome, haciéndome suya para siempre, estableciendo esos lazos tan cabrones de los que todas las madres hablan y tú no sabes qué coño es eso hasta que lo sientes.

Bueno, el Mandarín sí que estaba porque nos hizo un fotomontaje y se ha convertido en mi foto favorita del mundo entero. Pero yo no le recuerdo tomando fotos, ni nada de nada que no fuéramos ella y yo, juntas, unidas.  

Es lo más grande que me ha pasado. Es lo más salvaje, emocionante, natural, hermoso y puro que me ha pasado.

Y todo en tres kilos doscientos cuarenta. Hay que joderse.

Modo sensible off

miércoles, 5 de mayo de 2010

grandes mitos de la maternidad chapter tú: pariendo que es gerundio

Recuerden, pececillos que habíamos salido corriendo hacia la sala de partos...

Y literal, oigan, yo agarrándome la panza como si la Lola se fuera a escapar, correteando por los pasillos dejando un reguero como Pulgarcito pero en versión gore y el Mandarín tratando de poner calma zen, de esa que le gusta tanto.

- A ver, cariño, dije yo muy propia, que estoy tranquila... lo que pasa es que como nos pillen las limpiadoras me van a arrear un estacazo que en lugar de parto va a haber fractura de cráneo, y como que no estoy a favor, así que ... corre¡¡¡

Y corrió, vaya si corrió. Era divertido porque cualquiera que nos viera pensaría que:

a) Éramos unos padres primerizos histéricos.

b) El parto era tan inminente que el bebé asomaba una manita por debajo de la falda...

Nadie en sus cabales hubiera nunca imaginado que en realidad huía de las iras de las limpiadoras del Hospital Piiiiiii.

Llamé a la puerta de la sala de dilatación. Lo del nombre de la sala se las trae. Uno dice "sala de dilatación" y se le encogen las tripas, no?, suena a sala de torturas sadomaso. Pero allí estaba yo, con las aguas "rotas" y en algún pasillo no muy lejano alguna mujer de mediana edad armada con un mocho estaría mentando madres contra mí. No había opción razonable. Salió la matrona que ya había metido mano en mis entrañas. Empecé a sudar.

- ¿Ya? ¿Estamos listas? A ver... pasa...
- He roto aguas... murmuré yo como si hubiera roto un jarrón..

Me tumbaron en una camilla, volvieron a meterme mano hasta la garganta y ví las estrellas, el sol y la luna. Me llenaron de cables conectados a aparatos igualitos igualitos que los de medir la actividad sísmica. (A ver si ahora soy un volcán, pensé, y en lugar de niña me sale lava¡¡). Después de colocarme los cables, la matrona me explicó que los picos del registro eran las contracciones, cuánto más grande fuera el pico y más cerca los unos de los otros, más pronto llegaría el parto.

- Ah, mira... osea, que ahora estamos en la sierra del Guadarrama... cuando lleguemos a los Andes, el bicho sale, no?

La matrona me miró con pena, suspiró, y se fué. Qué gente más rara. El mandarín entró, todo sonriente. Este hombre tiene una capacidad para ser feliz en situaciones límite que me admira. Un día le voy a poner a prueba y ya veremos quién sonríe.

- ¿Cómo te encuentras?, preguntó.
- No te lo vas a creer, pero me jalaba un bocata de jamón (de jabugo, claro).
- Tratándose de tí me lo creo todo, pero esto son los nervios, cariño.

Desde que me había puesto de parto, tenía la oscura impresión de que no me tomaban en serio. El Mandarín. Las matronas. Todos. El mundo entero.¿De qué sirve ser la estrella si no te toman en serio?. Un asco, ya te digo.

Mientras, las contracciones iban en aumento. La cosa va así, más o menos. Tú estás allí, cómodamente instalada en la camilla, colocando y recolocando tu enooorme panzota y charlando con el Mandarín de turno y de pronto... rrrrrroooooooonnnnggggg... un calambrazo de 50,000 voltios por lo menos te atraviesa los riñones dejándote sin habla, sin aliento y doblándote del dolor... Mandarín te pregunta qué puede hacer y se mueve de un lado a otro...te agarras a lo primero que pillas y lo estrujas con una fuerza sobrehumana (ojito a qué nos agarramos, nenas) y contienes la respiración rezando para que pase lo más rápido posible. En el rollo de papel se dibuja una montañita.

Cuando pasa, recuperas el habla y la respiración y le dices al Mandarín que se quede quieto, que no hable porque te pones nerviosa y que se limite a agarrarte de las manos fuertemente y a empujarte los riñones con las rodillas. Sí, como lo leeis. Reiros, pero ya me contaréis si no funciona.

Cuando las contracciones eran cada tres minutos y casi no me daba tiempo a soltar ni una frase subordinada decente, mi matrona hizo aparición y se encontró al Mandarín subido en la cama de rodillas tras de mí, empujando mis riñones y yo apoyando la cabeza en la panza.. un cuadro.

- ¿Quieres la epidural ya?
- Siiiiiiiiiiii, dije yo, pensando que sería como un chute de propofol (en homenaje a Michael Jackson). Un día de estos me hago anestesista, lo juro.

Y entró el carrito de las drogas. Odio las agujas pero si me prometen un buen viaje y encima legal, me dejo pinchar. Así que les ofrecí, cual vestal, mi columna vertebral.

- No te puedes mover ni un milímetro o te podríamos dejar paralítica..
- Ay, qué divertido¡¡ dije, y qué hago con las contracciones?
- Tú verás pero no te puedes mover...
- Pues no sé si parir a pelo, hija...

Y me dió la contracción "Everest" ...coooooooñoooooooo... ¡¡Pincha¡¡ ¡¡Pinchaaaa¡¡¡¡

La anestesista clavó una aguja del calibre .70 magnum special con cánula incorporada por la que, lo juro, cabía un spaguetto. Me hicieron un "bujero" tal que había eco en mis vértebras. La anestesia no la inyectaron: la vertieron con un embudo. Sentí frío en la columna. Por dentro. Era raro. Y molaba. Creo que dije alguna estupidez tipo: me habeis echado granizado en lugar de epidural¡¡¡ o algo así.

Pero llegó la paz.

Adios dolor.

Sonreí agradecida y me quedé dormida. Sí, me quedé dormida hora y media antes de parir.

Eran las 18,30.

Continuará