lunes, 15 de marzo de 2010

El regreso

Hace más de un año que escribí mi último post. Parece mentira que en todo un año largo no haya encontrado el momento, la necesidad o las ganas de escribir pero lo cierto es que no he escrito porque no me apetecía.

Como podréis suponer, en este tiempo he dado a luz. Todavía no me lo creo ni yo pero ahí está esa bolita de carne jugosa y tierna que me sonríe cada mañana a eso de las seis desde sus ojazos azultormenta balbuceando mamamamamá y papapapá. No sé cómo resisto sin llorar la emoción de tenerla. Ahora comprendo a esos padres que cuando adoptan a un hijo dicen que la suerte la tienen ellos, no el crío. Yo me siento así, tan afortunada que no hay palabras suficientes para describir mínimamente la felicidad que siento desde que le ví la carita en la sala de parto.

Todo ha salido extraordinariamente bien y mi pequeña Lola es tan saludable como un roble y tan hermosa como lo más bonito que hayas visto en toda tu vida. Su padre, el repartidor de mandarinas, cuando mira a los ojos azultormenta de Lola se licúa, feliz. Nos abraza a las dos y bailamos canciones del Libro de la Selva.

Mi hija me ha abierto la puerta a una dimensión de felicidad que no conocía, ni creía siquiera que pudiera existir.

No voy a decir que era lo que faltaba en mi vida porque yo no sentía hueco alguno, todo me iba muy bien sin ella. Pero es verdad que Lola y sólo hasta que ha llegado, ha completado un círculo que ya se ha había empezado a trazar desde el momento que el repartidor de mandarinas y yo volvimos a encontrarnos y a unir nuestros caminos.

Tener un hijo a los cuarenta años, además, ha sido un completo acierto dada la vida que he llevado. Porque ahora ya no me apetece salir de noche ni emborracharme fuera de casa (dentro, sí) ni seguir de fiesta en las madrugadas cuidando que el rimmel siga en su sitio. Ahora prefiero levantarme para ver amanecer en la paz de no tener resaca de cigarros ni alcohol. He dejado de fumar y el mundo huele muy bien, cosa que no sabía antes. Ya no me duele la garganta y puedo subir corriendo las escaleras y no sentir que me asfixio. Me siento genial.

El repartidor es un padre entregado y responsable al que no hay que pedirle nada: sabe lo que tiene que hacer y lo hace, encantado. Siempre tiene una sonrisa en los labios y un ramillete de besos para regalarnos. No hubiera soñado con un padre mejor para Lola, ni tan generoso, ni tan bueno, ni tan divertido ni tan eficaz.

Aún a riesgo de dar asco (de veras, lo entiendo)tengo que decir que no me puedo quejar de nada, que la vida me sonríe como nunca y que estoy convencida que esto, amigos, va a durar mucho tiempo.

Prepárense, queridos, porque Tribeca da un nuevo rumbo a su vida y ahora el emocionante e increíble mundo de los bebés formará parte de este blog.