martes, 13 de abril de 2010

En la lucha (hoy: el ejercicio no es para mí pero ha de serlo, por mis muertos)

En mi nueva vida sana los cambios se dan con una lentitud que a mí me gustaría pensar que es para que la cosa asiente mejor, pero me temo (los cuarenta además de arrugas traen una escalofriante sinceridad contigo misma) que es porque me aferro como lapa a mi antigua vida de excesos.

Y es que no me gusta madrugar. No me gusta. No me gustaaaaaaa... por más que diga que lo hago feliz y encantada al ser despertada por mi pequeña pelotilla gorgojeante, sí, lo hago feliz porque no me queda de otra.

Ya que me toca, pues hagámoslo bien y sonriamos. Pero la prueba de que no me gusta es que por más que me pongo el despertador media hora antes, cuando suena, lo cambio racaneando minutos para permanecer en la cama.

Y todo porque se me ha metido en la cabeza hacer una tabla de pilates al levantarme. Se me ha metido en la cabeza pero esquivando el área de la voluntad, de la que siempre anduve escasita. No hay manera. Lo pienso, lo repienso, me mentalizo, me lo repito como mantra varias veces al día, me acuesto rezando a san judas tadeo y a las siete me arrepiento. Todos los días igual. Tengo que cambiar de táctica.

Así llevo un mes (o más, no quiero ni mirarlo) sin ir al gimnasio. No muevo una pata como no sea estrictamente necesario y voy aplazando el bajar a la calle y recorrer los escasos doscientos metros que distan de mi casa al centro de torturas metrosexual al que he pagado una cuota anual. Siempre tengo una excusa buenísima: he pillado la gripe asiática pero no se me nota porque soy buena actriz;  no quedan cebollas y si no voy ahora a comprarlas se arruinará la cena y será un drama total; me ha atacado un perro rabioso justo cuando venía del trabajo pensando en ir al gim; la chica de recepción me tiene envidia y me tira bolitas de pan cuando estoy en la bici y pierdo el equilibrio... así no se puede...

Necesito incorporar el ejercicio a mi vida diaria como el aire que respiro y ayudar así a perder los quince malditos kilos que me separan de ser la madre más tíabuena de todo Malasaña.

De verdad, estoy aburrida de mí misma, se acerca el verano peligrosamente y tengo un bikini nuevo que no admite errores y yo los colecciono¡¡¡

Me voy a comprar unos shape-ups y voy a ir a currar con ellos, a la compra, al gimnasio y hasta voy a ducharme con ellos a ver si funcionan. Hay algún entrenador personal en la sala con muuuuucha paciencia y a prueba de sobornos (a los que soy dada, eso sí, sin querer, pero me salen, oiga) que necesite comprobar sus métodos dizque infalibles?. Les aseguro que si consiguen enderezarme, les heredo mis bienes raíces (los manzanos de mi abuela Lisi, vaya).

Ayúdenme, amables lectores, en esta cruzada contra mi propia pereza a la que tengo un cariño desproporcionado. ¿Qué puede hacer para convertirme en la Nadia Comanenci de la segunda edad?

Espero ansiosa sus consejos, pececillos...